Donde Viven los Monstruos

“No te vayas, te comería, te quiero tanto”

Sentarse a ver la película de Spike Jonze es abrir la puerta a los recuerdos de la infancia, a las más auténticas y puras imágenes de niñez. Max, el entrañable protagonista de la historia, es el encargado de brindarnos esta oportunidad, interpretado con insólita impecabilidad por el jovencísimo Max Records.



En un inicio se nos presenta la historia de una familia de madre soltera (Catherine Keener) con dos hijos: Claire y Max. Entre ambos hermanos existe la armoniosa relación amor/odio fraternal: escondites secretos de nieve destrozados por los amigos de la hermana mayor, rabietas que se saldan destrozando los discos de ésta como venganza, esconderse bajo el edredón para llorar enfadado con el mundo a la espera de que llegue mamá a casa, y una vez que esto sucede, consolarse jugueteando con sus pies pellizcando las medias mientras ella trabaja en el escritorio y el pequeño está tumbado junto a ella.

Quien más y quien menos al ver estas imágenes sentirá pequeñas punzadas de emoción y podrá tomar el lugar de Max en su propia reminiscencia, y esto es algo que maravilla desde un principio: la belleza de retratar lo humanamente simple. Estas dulces y prácticamente mudas imágenes acompañadas de los cortes más lentos de la banda sonora a cargo de Karen O introducen la adaptación cinematográfica del cuento infantil escrito por Maurice Sendak en la década de los sesenta. En esta situación el film toma un cambio drástico, propiciado por una rabieta de ira de Max, celoso y exigente de atención por parte de su madre, llevándonos directamente a su mundo interior, en el que todo con lo que sueña, imagina y fantasea es posible.


Nos encontramos en una isla habitada por unos seres monstruosamente peculiares y que tomarán al chico como su nuevo rey. Carol, Ira, Alexander, Judith, KW, Douglas y Daniel conforman el grupo que estará acompañando a Max en sus aventuras.  Durante la estancia en la isla se mezclan los momentos del más auténtico salvajismo, juegos de auténticas batallas campales, con momentos de extrema dulzura en los que nos sorprenderemos sensibilizados por la melosidad y ternura de los rostros de los monstruos: la naturaleza de la infancia.


Cada uno de los personajes juega el papel de representar las distintas facetas, los distintos alter egos o digamos las distintos caracteres que coexisten en el interior de un niño.  Como Alexander el niño que se siente ignorado, al que no se le hace caso, Daniel el niño que permanece separado del grupo, que quiere estar solo, y como personajes principalmente destacables Carol, quien recurrirá a las pataletas con mucha facilidad o KW. Entre estos dos personajes se centra gran parte del desarrollo de la película, haciendo alusiones continuas a pasados conflictos que existieron entre ellos dos, donde Max intentaré desenvolver un papel de mediador.

“Donde antes había piedra, ahora solo hay arena, y un día solo habrá polvo y toda la isla será un puñado de polvo y… y no tengo ni idea de qué viene después del polvo.” Carol-Max es uno de los vínculos más especiales que se forman en esta historia, mientras el indígena de la isla se encargará de mostrarle todo lo que sabe tomando a Max como a un verdadero amigo, éste sorprenderá a Carol con su conocimiento de niño, que parece ser en gran parte lo que necesitan en la isla, volver a aprender a estar unidos y pasárselo bien. Una relación de amistad, de mutua admiración, de confianza y de un gran cariño.


En definitiva la película de Spike Jonze es un elogio a la niñez, una muestra sentimental de la maravilla de la inocencia, mostrándola desde sus distintas perspectivas. Un enfado ante el no querer hacerse mayor, al mismo tiempo que  proporciona un prisma más afable para observar la vida, una evocación a nuestro yo más niño.

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